lunes, 28 de junio de 2010

LURIGANCHO NO ES UN DISTRITO

El que no es revolucionario a los 20 años…no tiene corazón;
el que es revolucionario a los 40 …no tiene cerebro.
Milan Kundera


Sábado, 7 de marzo de 1970: “Lurigancho” , nuevo y supuesto moderno penal de Lima, es un obligado encabezamiento epistolar cuando en las misivas desfogantes del encierro se tiene que escribir a los que no nos ven o no nos quieren ver, sin poder decir o gritar, salpicando la verdosa bilis que brota desde adentro. Obligada epístola cuando estando tan cerca se está tan lejos. Pienso: nada se torna tan preciado y se valoriza en su magnitud cuando después de de tenerlo y no apreciarlo se lo pierde y se esfuma, con felonía, con ironía, con impotencia … derramando lágrimas hacia adentro. Y esa es la Libertad. Palabra que levantó estados, eliminó tiranos, estremeció mundos y dignificó al hombre. Palabra, oro de los desposeídos muy pocas veces disfrutado.

Sin embargo, respiro hondo y me lleno de optimismo. No todo está perdido. Este es un mundo extraño y hay que aprender su lenguaje mudo, de miradas, de gestos, de gente que ha comprendido que en el rincón de los despojos hablar no es mas que un movimiento de cuerdas. Se nota. Tras las rejas los muertos vivos quedan de pie, los brazos flácidos y caídos, la frente entre los barrotes. Pero lentamente las cejas se enarcan y la frente se arruga, las fosas nasales parecen querer más aire y se dilatan y se ensanchan, bufan, y en la boca se dibuja un rictus de ansiedad. Todavía se vive. ¡ Hay todavía una hoguera interior!

Hoy día pensaba escribir una carta despreocupada, despreocupada…quizás optimista. No sé a quien pero tenía que escribir algo. Mas el implacable destello de un forzoso encabezamiento hizo cambiar mi estado de ánimo y prefiero ahogarme quedamente en un papel, ya que aquí todo lo que se puede hacer se reduce a comer, dormir, leer, escribir y a dar los pasos erráticos en una celda sin fin.

La observación escueta y cruda de los hechos y personas que gravitan a mi alrededor han constituido siempre una actitud casi obsesiva en mi . Y no sin dejar de ser pragmático creo ser tremendamente subjetivo y apasionado. De aquí que cualquier variante de cierta inferencia en mi vida me toca con grandes luces, llegando muchas veces a modificar mi actividad pensante o actuante y , a veces, en la tenue luz de la meditación, me hace mistificar la dulce aúrea que corona la cabeza de la persona amada o me hace abrir heridas que supuran : odiar con odio flagelante o llorar por aquellos que cansados ya de llorar, ensayan una lágrima de hombre…y recuerdo estos días pretendiendo no olvidarlos jamás e intento el inicio de algo:

Martes 5 de Marzo de 1970, 7 pm. Un guardia Republicano vomitó una serie de exabruptos al mismo tiempo que hacía sentir el peso de su negra vara sobre el brazo de un compañero que pugnaba por recibir de un familiar una inocente cajetilla de cigarros a través de la ventanilla de aquel oscuro ómnibus color plomo que pomposamente ostentaba sobre un costado el rotulo de “ Dirección de Establecimientos Penales “. Aquél mismo que desde la carceleta del Palacio de Justicia nos llevaría a nuestro paradero final: Lurigancho. Curioso: esta palabra en ciertos rostros, aquellos macilentos, hundidos, enjutos, cortados, parecía sonar a paraíso y hasta reían y departían alegres. En otros, esos afeitados, blandos, con la digna para presentarse ante un juez, la palabra despertaba una zozobra que se traducía en una mirada interrogante y de…miedo. Y se notaba. Y los primerizos nos asustábamos.

La Avenida Abancay a las 7 de la noche se veía hermosa, algo en que nunca había reparado. El claxon de los carros, el parpadeo de los avisos luminosos y el griterío y trajinar de la gente, sonaban a una extraña e invitante sinfonía de la cual se sabía no se podía disfrutar. Luego, una pista de asfalto y kilómetro tras kilómetro…¿ será muy lejos? . El tiempo transcurrido me supo a horas…¿ puedo fumar?, y mientras el humo traslucía con la pálida luz interior del ómnibus recordaba los 6 días que ya tenía detenido. Si, fueron 5 los días en los ruidosos calabozos de Seguridad del Estado, una noche en las pestilentes y estrechas celdas de la Brigada Criminal del “Sexto” y una tarde en la abarrotada Carceleta del Palacio de Justicia. Fueron días tensos, por no decir temibles. Incomunicado los primeros días sin saber en que desembocaría todo; la depresión sicológica, los cuatro continuos insistentes y tortuosos interrogatorios diarios, las miradas inquisidoras, las falsas sonrisas amigables, los cánticos de sirenas que llamaban a una delación premiada, el constante martilleo de las máquinas de escribir en el día y en la noche, 24 destempladas horas de tecleos y tecleos para escribir la historia de un Perú, los intrincados papeleos, las huellas digitales, las sorpresivas fotografías, el llanto de la esposa grávida, la incertidumbre de los hijos…todo esto alimentando un volcán de rabia que no sabía como explotar.

Una tarde esa curiosa y tipica voz volvió a retumbar en los agitados pasadizos de Seguridad del Estado…”eeeese ingenierito…¡ sale con todo ¡ . Llamado que para los privados de su libertad es ansiosamente espewrada como augurio de bienes mayores o males peores. Luz clara extensa o sombra aún mas oscura. Para mi significaba una sombra oscurísima. Los enemigos del pueblo, los ultra-reaccionarios no se contentarían con el suplicio psíquico, con el desgarramiento mental. Les era urgente que uno supiera de las mazmorras pestilentes, de las torturas físicas de aquellas víctimas de nuestra propia sociedad ; de las infrahumanas condiciones de vida a tan solo unos cuantos metros de la civilización. Todo en la estúpida creencia que la convicción de las ideas pueden ser destruidas a punta de vejámenes.

La Brigada Criminal, como activista político conocido, ya era un lugar visitado por mi, pero la primera vez que estuve ahí creo haber estyado en una casa de huéspedes. Esta vez me ascendieron. Me mandaron al primer escalón. Fue una experiencia sin parangón alguno. Desde los ahogados gritos de castigo a la media noche, hasta las purulentas heridas de algún posible sifilítico pasando por los rojos vómitos de un innegable tuberculoso. Todos ellos martirizados como el mas despreciable de los animales o el mas vil de los esclavos. Fue entonces que cuando salía hacia la carceleta del Palacio de Justicia, pensé que si alguna vez volvía a ese sitio sería, ya sea con la espada decapitadora en la mano o con el legajo acusador que una verdadera revolución –tarde o temprano- tiene que elaborar.

“¡Bejar!”...un largo pasadizo oscuro y unas escaleras caracol sirvieron de preámbulo a este destemplado y autoritario grito. De inmediato una magra figura, alta, de mirar taciturno, con unos gruesos lentes, de incipientes canas en las sienes, vistiendo un pantalón de buzo celeste con una camisa oscura a cuadros y calzando unas trajinadas sayonaras emergió tras una puerta al mismo tiempo que esbozando una sonrisa franca y con una perfecta voz modulada me decía: “ Bienvenido a la Comunidad de Presos Políticos de Lurigancho”.




Papo, casi con desesperación que disimulaba con un desenfado engañoso ,perturbado, ansioso,preocupado,veía pasar los carros raudos en sentido contrario con sus luces centelleantes. Eran ya casi las siete y la gente fatigada del trabajo,de vuelta a la miseria de los cartones con lata ,esteras y un hueco cual puerta, se exprimían en un casi bus de una casi ciudad. La pista llena de centenarios baches reflejaba el incesante trajinar de los fúnebres microbuses que diariamente transportaban a los millares de obreros de una de las zonas industriales mas importantes de Lima, que se extendía a lo largo de la salida de la Carretera Central vía importante y única conexión de la capital con las provincias de la sierra central del país , abastecedoras de gran cantidad de alimentos y materias primas del monstruo centralista capitalino, sede del omnipresente y todopoderoso Gobierno Central .

De pronto sus ojos pensativos recobraron la agudeza del caso. A unos 200 metros de distancia, en el puesto de control policial de Yerbateros, a la salida de la ciudad , un grupo de policías gesticulaban y presumiblemente gritaban en su afán por revisar los vehículos de carga pesada que entraban y salían de la ciudad, hacían sonar sus silbatos y los choferes maldiciendo, pero sin vacilación, estacionaban sus vetustas maquinas a la orilla de la pista a la espera de una revisión que de todas maneras encontraría una falta y que obligadamente terminaría en una coima para la "cervecita" del "jefecito",si es que alguno no se sacaba la lotería y con la vista en la masa del delito , el asunto terminaba en una coima de verdad para encubrir un contrabando o cualquier otro delito mayor. Se inquietó pero inmediatamente se tranquilizó al notar que los automóviles que venían detrás de los camiones detenidos, pasaban , esquibandolos sin dificultad. Ya a la altura de Yerbateros iba a hacer lo mismo pero de repente Papo escuchó un silbato. Todos sus sentidos se pusieron en alerta,frunció las cejas, sus fosas nasales se dilataron como queriendo mas aire para conservar la calma e inquisidoramente fijó su mirada en el espejo retrovisor solo para ver la borrosa figura de un policía que le hacía señas de alto y escuchar un silbato por segunda vez. Rápido,tenía que tomqr un decisión, la tomó y se estacionó a la orilla de la pista esperando al policía.

El tombo se acercaba pausadamente, casi de forma cachacienta haciendo escuchar el “toc, toc” del golpeteo del silbato con la palma de su mano abierta, mientras miraba insistentemente la parte de atrás del carro. Se acercaba ahora mas. ¿ Que pasó?, seguramente un soplo carajo. Seguramente el conchasumadre se dio cuenta que la parte posterior del carro estaba mas hundida por el peso de las cajas en la maletera. Me jodí. Mi viejo gritando, mi vieja llorando, Chicata puteando, no mas waikiki, no mas hembritas. Las huevas, soy un agente de la revolución social y tengo los medios fisicos y materiales para defender la causa. Nadie, menos yo, se va a joder por esto. El serrano con rostro cetrino y con un quepi mas grande que su cabeza lo alumbro en la cara con su potente linterna. Le hizo cerrar los ojos mientras escuchaba un imperativo ¡ bájese!. Fueron milésimas o millonésimas de segundos, no se, los que demoró en abrir los ojos y percatarse que el tombo simultáneamente con la orden dada llevaba la mano derecha libre al bolsillo interior interno izquierdo de su chaqueta mitad uniforme, mitad traje de vestir o mitad traje de dormir.

El descenlace fue rapido, rapidísimo, al punto que el policía no llego a sacar lo que pretendía del compartimiento de su mitad uniforme. Las neuronas de Papo experimentaron un cortocircuito fulminante y todo el se llenó de heroísmo, audacia, beligerancia y consecuencia clasista. Sus manos fueron mas rápidas que las del tombo y del interior de su chaqueta emergió su brower 9mm. vomitando un fuego que iluminó fugazmente el interior del carro. Todo en una sola escena con un solo pestañear de ojos. El tombo hizo una mueca de dolor y calló al asfalto negro. Ni siquiera gritó el serrano.
Algunas caras se volteron en direccion del carro intrigadas por un sonido seco mas o menos cercano. El chirrido de las llantas de un carro que partia raudo con el acelerador a fondo los desconcerto mas aun al contemplar la escena de una persona cuan larga sobre el asfalto y que levantando pesadamente una mano parecia pedir ayuda
Papo respiraba hondo y con la ventanilla del auto aun semi abierta sus fosas nasales se impregnaban del aire frio y humedo de la noche, se sorprendia sentirse sereno. Ni una pisca de nervisismo o remordimiento parecian reflejarse en su rostro. Abrio bien los ojos y se concentro en la carretera que devorava a 120 kilometros por hora. Extranamente se sentia apurado mas no perseguido.
Fue despues de casi 3 horas cuando el frio de la cercania a Ticlio a 5000 metros de altura lo hizo recuperarse de esa actitud impavida.Hace buen rato habia disminuido ya la velocidad
.

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